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“The angel of the Lord encamps around those who fear Him, and He delivers them” (Ps. 34:7, NIV).

I was living in St. Croix, the U.S. Virgin Islands, with my wife, Marlene, and baby daughter, Priscilla. Two of my wife’s siblings, Ruven and Beth, were visiting, and we went to the beach, which was noticeably empty.

In the afternoon, Ruven, Beth and I went into the water. Shortly after, an undertow began to pull us out to sea. Ruven and Beth held onto their floats and made it back to shore. I, thinking I’d be able to stand, jumped off the float. Fear overwhelmed me as I realized the undercurrent had dragged me close to the 1,000-foot drop, famous for its scuba diving.

“Una de las cosas más importantes que hacemos en la unión es ayudar a promover la evangelización”, dijo Dave Weigley, presidente de la unión, en la reciente reunión del Comité Ejecutivo de la Unión de Columbia. Los presidentes de las ocho conferencias de la unión destacaron las muchas formas en que los miembros están trabajando para compartir el amor de Dios a través de métodos tradicionales e innovadores.

Conferencia Oeste de Allegheny

Durante la pandemia, la Conferencia Oeste de Allegheny equipó a sus iglesias con las herramientas necesarias para garantizar que, cuando adorar en persona no era una opción, todas las iglesias pudieran transmitir sus servicios.

Rick Remmers, secretario ejecutivo de la Unión de Columbia, aceptó un llamado a la División Norteamericana (NAD) para servir al lado del presidente G. Alexander Bryant como asistente del presidente.

“Después de semanas de consideración en oración, he sentido la dirección del Señor”, dice Remmers. "Terminaré la ronda de reuniones de otoño que se están llevando a cabo y haré la transición a fin de año".

El presidente de la Unión de Columbia, Dave Weigley, dice: “Ha sido un placer trabajar con Rick. Ha sido una verdadera bendición para nuestra unión y, aunque lo extrañaremos, creo que la división ha tomado una decisión acertada".

“Before they call, I will answer; and while they are yet speaking, I will hear” (Isa. 65:24, KJV).

It was 1979, and we had just completed a year in Osaka, Japan, as student missionaries from Oakwood College (Ala.). The last stipend had been received and was just enough to get my husband, Thomas, and me home to Richmond, Va. Our plan was to see parts of the world on our return trip that we might never visit again. We would spend two days each in Taiwan and Hong Kong, connecting to a flight into Washington, D.C., with a short bus ride to Richmond. Our traveling companion, Sandra, was also returning to the United States.